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sábado, 28 de febrero de 2015

Transfers y otras cosas del "odiar" ;-) (1)


Parada forzosa (y siempre clásica; esperando que pase otro tren), en algún lugar entre Margao y Chennai.
/ Foto © Rafa Gassó

Saludos desde Mamallapuram. A veces resulta difícil ubicarse en un lugar donde se estuvo por última vez hace cinco años y lo mejor que puede hacerse es dejarse llevar por la intuición. La intuición pocas veces falla. Y más cuando se llega a destino cansado física y mentalmente, como es el caso. Eso pensaba en el rickshaw que me ha traído desde Chennai -58km de taxímetro y hora y media de baches y frenazos, llamadme “El Gitano del Rajastán” pero es lo que hay, no importa el medio si el deseo es que el negocio salga en tu favor-, igual que lo pensé cuando regresaba a Jerusalén desde el barrio de refugiados de Shuafat, atravesando ruinas y miseria, y embutido entre palestinos en un mini bus local en el que hacía un calor de mil demonios: ¿Qué cojones hago yo aquí? Tragando polvo, contemplando en un silencio que tiene ataques de hipo presentados en forma de bache, el eterno paisaje de un país que no se sabe si está en constante construcción o destrucción. Por qué, si me acabo de chupar un viaje de 20h de tren. Cansado (físicamente) para subirse a un autobús local que recorra en 4h, otra vez embutido entre locales, los 157km que separan Chennai de Pondicherry -una ex colonia francesa con rincones bonitos pero ciudad india al fin y al cabo, con todo lo malo que tienen las grandes ciudades indias-, que era el destino inicial. Cansado (mentalmente) como para prever que no habrá mucho más umbral de paciencia para torear buscavidas sin que se masque la tragedia a los 10sg de conversación, y salir de allí, de la Estación Central de Chennai, lo más rápido y limpiamente posible, hacia Mamallapuram, una tranquila y bonita localidad pescadora de playas salvajes ubicada a mitad de camino, sin pasar por el aro de la extorsión de un taxista indio. 
En un rickshaw, sí.
Buen lugar para esperar a que salga mi vuelo a Sri Lanka desde Chennai, en tres días, pergeñando otros posibles reportajes ;-) Todo a su tiempo.
Así que la intuición no falla cuando se está cansado. La intuición, esa gran aliada cuando se está allá afuera de feria en feria, titiritero. Intuición como para comprender, de una sola mirada, que la guesthouse donde vas a quedarte es esa y no otra, que en el tipo del bar que acabas de conocer se puede confiar. Todo destino tiene un Noureddine*. En todo campo de minas siempre hay una que no está activada. La intuición, siempre la intuición, es la que te ayuda a elegir cuál de todas esas no explotará.

* Noureddine (18/10/2008). Curveando
He descubierto que muchas veces, cuando desaparece, Noureddine –“Luz de la religión”-, está agazapado tras una pantalla de ordenador, escondido, en el fondo del cyber, devorando con avidez periódicos o cualquier otra web que le aporte toda aquella información que se le escapa a su pequeño reino. Le llaman ‘el genio de Essaouira’ y lo cierto es que es un tipo muy especial. Mantiene una media sonrisa perenne y un brillo sardónico en la mirada y ayer, mientras caminábamos por la Medina, pude comprobar cómo esbozaba una sonrisa dulce a un niño con polio cuando éste salió a su encuentro, mientras le acariciaba la cabeza y le pasaba, bajo manga, una moneda que se sacó del bolsillo en un gesto tan rápido como discreto. Tiene andares de negrata funk, saluda a todo el mundo y pasea, siempre, bajo su inseparable gorra, cualquiera de su nutrida colección. Se emociona con cada prenda de ropa que ve en cada tienda y aún no ha estrenado la última chilaba que se compró –anaranjada, roja y tierra- porque, según confiesa (y aquí baja la voz y se pone serio), “muchos” le han dicho que resulta “afeminada”.
Con todo, ayer mismo, en la tienda de Ibrahim, me hizo sujetarle un espejo de cuerpo entero para ver cómo le quedaban dos chaquetas “very nice” que acababa de encontrar entre la multitud de prendas colgadas. Él acababa de volver, una vez más, y yo esperaba […]. Luego me invitó a un cucurucho de patatas fritas cuando íbamos camino de una cerveza que también él pagó -porque yo me había quedado sin cash durante mi última compra, sospecho que él algo siempre se lleva, y debió comprender que me sabían a poco las que le había pedido que hurtara, al más puro estilo Tampico, de la barra donde estaba pidiéndose una baguette–; nos fuimos al bar moroquiano.
- ¿Sabes, Noureddine? Ayer, cuando volvía del supermercado hacia mi casa, vi a un chaval esnifando de una bolsa de plástico.
- Sí, es pegamento. Se utiliza mucho entre los chicos jóvenes. Les destroza el cerebro. Y los pulmones. Muy mal.
- También he oído hablar que hay unas pastillas que deben ser
como la anfetamina y que se ingieren en cantidad...
- Sí, Karkobi, en Marrakech, Casablanca, pero eso es muy malo. Les pone muy agresivos, se cortan los brazos con cuchillas para verse la sangre; necesitan ver sangre para calmarse.
- Exacto, justo como me lo contó un amigo marroquí en España.
- Son gente mala.
- ¿Sabes? Me gustaría fotografiarlo.
- ¿Tú estás loco?
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? Porque son gente muy peligrosa. Además, ¿para que quieres hacer fotos sobre eso? - Sería interesante.
- Sí. Vas allí, te meten un navajazo y te roban la cámara. ¡Fantástica idea!

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