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martes, 3 de febrero de 2015

¿India…? ¿Qué India?

"¿Es la guerra?" Una mujer india habla por teléfono en su casa típica rajastaní / Foto © Rafa Gassó
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Los indios es lo que tienen, que lo mismo los adoras que los quieres matar. Del amor al odio –y viceversa- en intervalos de cinco minutos. Es que es un país TAN diferente. Esto es así. Sí, sí. Otro planeta, casi literal. Cambia tantísimo su filosofía con respecto a la nuestra, esa forma de entender la vida. Y la muerte. Porque no se entiende la vida si no se entiende la muerte. Pero son TAN felices, (los cojones, felices). TAN sonrientes (los cojones, sonrientes). Será como todo. Incluso hay un informe de UNICEF que revela que hay más desnutrición en India que en África, lo que claramente afecta al desarrollo intelectual de una gran parte de la población. O sea, que cuando tú estás delante de un camarero indio que te acaba de servir una Fanta de naranja y un limón en un platito de café, cuando tú sólo has pedido una “Lemon Fanta”, preguntándote si el tipo es idiota o se lo hace, posiblemente es que lo sea. Pero de verdad. Sin ánimo de insultar. Quizá una falta de lácteos en su niñez que le ha privado de la capacidad de descifrar abstractos de dos palabras. O quizá un torrente de origenialidad que le hace, esta vez sí, más probablemente, ser realmente feliz. Porque, ¿tú te has fijado cómo bromean entre ellos, lo mucho que se ríen? Se pasan el día gastándose bromas. Esto es un hecho. ¿Y cómo miran? Eso es porque son muy curiosos, como si cada día, al despertar, todo les resultara nuevo, un poco como Nemo. Y porque no tienen el concepto de privacidad que tenemos nosotros allí en Occidente. Se limpian los dientes en público, se lavan o hacen sus necesidades en público. Así que todo está a la vista de todo y, oye, por qué no mirar. 
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Los músicos de una boda descansan en las calles de Pushkar / Foto © Rafa Gassó
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Les llaman la atención las cosas más inverosímiles. El ruido, por ejemplo. Cómo les gusta. Esas bodas que desfilan con el novio a caballo en busca de su amada y una ristra de lámparas que cercan una profesión de invitados resguardada por un carromato con cuatro megáfonos que parecen arrancados de un transatlántico –y suenan igual o más fuerte-, y un indio desganado con cara de sudársela TODO que toca un organillo sin orden ni concierto, siguiendo NINGÚN tipo de canon, acorde o melodía, consiguiendo que ninguna nota concuerde con la siguiente mientras un pelotón de tamborileros destrozan tímpanos a traición. A sabiendas de que cualquier turista dará un respingo con taquicardia aún esperando a que el cabroncete del tamborcito golpee más fuerte cuando pase por su lado sonriendo con suficiencia. Que vas andando por la acera y cuando asumes que vas a morir atropellado por un camión -dada la intensidad del claxon-, te giras y es una moto pidiendo paso.
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La comitiva de una boda pasea por las calles de Pushkar / Foto © Rafa Gassó

El novio, montado a caballo, se dirige a buscar a la novia / Foto © Rafa Gassó
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Aunque no es lo mismo en el norte que en el sur. Esto también es verdad. Porque no hay que olvidar que es un continente mal llamado subcontinente, poblado por 1. 200 millones de almas (censadas; que se sepa), con 18 lenguas oficiales y un nivel de desarrollo en el sur (a diferencia del resto del mundo), que nada tiene que ver con sus vecinos pobres del norte. Porque los indios. Los indios… Los indios. TODOS HABLAMOS DE LOS INDIOS PERO NINGUNO TENEMOS NI LA MÁS REPUÑETERA IDEA DE QUÉ O QUIÉNES O QUÉ COSA SON LOS INDIOS. Y mucho menos este país. Así que mi consejo, amiguitos, es que si algún decidís visitar este otro planeta lo hagáis con las manos a la espalda, la boca cerrada y los ojos muy abiertos. De mirandas. Sin emitir juicio ni buscar comparación. Porque no hay comparación posible y por tanto no tiene sentido tratar de entender o comprender por qué las cosas funcionan exactamente al revés del resto del mundo. Es, simplemente, India. No por nada su frase más popular, con la que más les gusta definirse, es “Sab kuch milega” o “Everything is possible” o “Todo es posible”, que es lo mismo en hindi, en inglés o en castellano. Cualquier escena, imagen o estampa que a tus ojos parezca salida de un colocón de banglassi, habrá sucedido, probablemente, en realidad, delante de tus ojos. 
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[Nota: No olvidar escribir la inesperada historia de Kikasso, el "Picasso indio", como se hacía llamar antes de abandonar su mítica esquina en Pushkar por Jaipur. Kiku. Òscar. /  Foto © Rafa Gassó ]
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Y en ello está este blog/ eBook in progress. Contar India tal cual se deja ver ante cada cual. Sin emitir juicio. Sólo contar. Transmitir. Tal vez las conclusiones, siempre subjetivas, se encuentren en su lectura.
La primera razón, pues, por la que empezar a narrar este This is my India en Pushkar ya la había contado. La segunda, ahora ya, es porque viene muy bien para poner en situación al neófito en bizarrismos hindustanos. Viajemos a la primavera de 2009. A un infernal mes de abril. 
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El lago de Pushkar en la actualidad, totalmente recuperado / Foto © Rafa Gassó
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Pushkar, la ciudad construida alrededor de un lago que creó Brahma (junto a Vishnu y Shiva, Creador, Conservador y Destructor del Universo, respectivamente; la Trimurti, las tres principales deidades del hinduismo), al dejar caer una flor de loto, estaba seca. Reseca, polvorienta y asfixiante. El calor, en este lugar de peregrinación sagrado a orillas del desierto, comenzaba a apretar de lo lindo y los constantes cortes de luz te despertaban de noche bañado en sudor y con el ventilador apagado durante horas. No corría ni una gota de aire y cuando lo hacía era para esparcir polvo hasta secarte la garganta. La ciudad olía a pescado podrido y el lago, que era la principal visita por la que servidor había llegado por vez primera a esta pequeña joya del Rajastán, estaba sin agua y con una manada de excavadoras que parecía hibernar. Nada tenía sentido. La historia del lago seco de Pushkar se convirtió en leyenda y sólo el paso de los años consiguió descifrar el misterio. Para ello consulté hace poco a Gustavo, de visita desde Allahabad, su nuevo destino en Uttar Pradesh, a la que había sido su ciudad durante los cuatro últimos años. Gustavo es un ingeniero argentino que vino a construir la nueva carretera que conecta Pushkar con Delhi, y su gran corazón y generosidad innata convirtió su casa en una suerte de Embajada Hispana en el Rajastán. Todo español que pasaba por Pushkar terminaba irremediablemente, antes o después, en el salón de su casa. Bien durmiendo en su sofá, bien bebiéndose su bar o bien disfrutando de sus dotes de anfitrión, melómano, o simplemente conversador. La historia que él había logrado recopilar es, pues, la que daremos por cierta. La que define muy bien, o al menos acerca, a qué es o cómo funciona este país. Veamos: Durante el festival de Ganesha que se había celebrado ese mismo año, un sinfín de figuritas de la deidad de la prosperidad y la sabiduría habían acabado en el fondo del lago. Cientos, miles de figuritas. Ocurrió que tales representaciones estaban fabricadas con un material tan tóxico, que terminó envenenando todos los peces del lago. Así que decidieron vaciarlo para retirar todo el ecosistema aniquilado, con tantísimo empeño y ahínco en las tareas de limpieza y desinfectado, que también extrajeron el subsuelo arcilloso que hacía de capa natural impermeable, y conforme lo volvían a llenar de agua ésta desaparecía absorbida por la sedienta madre Tierra, como suele suceder. El resultado fue una larguísima temporada con la ciudad del lago sagrado sin agua y un olor pescado que tiraba para atrás y ahuyentaba peregrinos. Eso, ese tipo de ideas, de soluciones, de lecturas de los hechos, es India. Ni más ni menos.
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[Continuará]

3 comentarios:

  1. Me encanta leerte Rafa, no puedo parar de reír y sentirme identificada con muchas de las cosas que explicas, que sientes, que vives, que hueles, que intuyes, que te desesperan, pero que a la vez te inspiran! sigue por favor contándonos tus anécdotas, me hacen sentirme menos sola en esta aventura llamada "INDIA" donde "todo es posible".

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  2. Me gustaría haber visto tu cara cuando te llevó la Fanta el camarero... Te veo como un entomólogo del ser indio, un Gerald Durrell de la cosa (y no estoy llamando insectos a los indios, que conste).

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  3. Genial, como siempre. Un disfrute leerte, amigo

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