.
ESTE ES UN PROYECTO DE CROWDFUNDING - ¡CLICKA AQUÍ Y AYÚDAME A DIFUNDIR!

lunes, 30 de marzo de 2015

Curveando, que siempre fue gerundio

Veo que un hijo mío se engancha a los videojuegos y de un guantazo lo pongo encima de una moto en India. Y por cada 'pantalla' que no pase, un nuevo bofetón :-) No hay aventura más divertida donde prima la destreza y se premia la concentración, que la de circular sobre dos ruedas en este país. En este caso, completando el trayecto entre Auroville y Pondicherry, unos pocos kilómetros llenos 'marcianitos' a los que esquivar...
.

'Scooterando' Pondy from Rafa Gassó on Vimeo.
.
Es otro de mis pequeños placeres indios privados; scooter común, Honda Hero, Royal Enfield, cualquier amasijo de hierros con dos ruedas y manilla para dar gas / soltar gas, y algún punto al que ir o al que volver (preparo otro que rodamos en 'Súper 8', versión app, por las selváticas carreteras del sur de Goa; de los mejores trayectos de este nuevo viaje, y especialmente durante la caída del sol, cuando el asfixiante calor empieza a dar tregua y la brisa provocada por el movimiento acaricia tu cuerpo curveando paisajes de postal y sorteando niños, mujeres, caminantes, ciclistas y ancianos, que reclaman su espacio público, compitiendo con vacas, cabras, gallinas o cualquier cosa viva que tenga en el asfalto su oficina).
.
¡Buen lunes y mejor entrada de semana a todo el mundo! ;-)

viernes, 27 de marzo de 2015

Un barbier à Pondicherry


Hoy he ido a una barbería. Es uno de mis placeres preferidos en India. Dejarte crecer la barba hasta construir un jardín con ecosistema propio, y entonces, pero sólo entonces, acudir a un barbero a que, por menos de un euro, te rasure el jepeto, old school, hasta dejarte la piel como el culito de un bebé. Después de un sesudo ‘segundo round’ para terminar de rematar abrillantar la faena, llegará el masaje con una especie de “Varón Dandy” que te abrasa la cara… justo hasta el momento en el que el indio barbero bárbaro, en nombre del masaje universal y del hastahuevismo del hombre blanco, tal vez francés, aprovecha para abofetearte –inflarte a hostias; consentidas, pero hostias al fin y al cabo-, en el que los poros ya no arden en alcohol de 90 ºC, sino que agradecen los sopapos y hasta piden más. ¡Más, pégame más, indio cabrón! Será tu única oportunidad, alambrillo. Y con todo, a pesar de lo sugerido, sale uno de allí alegre, ligero y con diez años menos.
.
Así que eso he hecho hoy (no hay forma de salir de Pondicherry; equipaje en Mamallapuram y tres camisetas, junto a mi corazón, atados a esta ciudad. Ouh yeah, maderfaquers). 
.
En fin, he ido al barbero: Sólo que, al ir a entrar, había una clienta delante mía y he tenido que esperar: 

.
© Rafa Gassó

© Rafa Gassó
.
Del mismo modo que en el catolicismo existen siete sacramentos (bautismo, comunión, etc.), en el hinduismo se habla de 12 samskāras. Véase: “bautismo”, nāmakarana; primera comida sólida, annaprāsana; matrimonio, vivāha. Y así. La octava de estas ceremonias es la chūdākarana, y consiste en el primer corte de pelo que se realiza a los niños, alrededor del año y medio, aunque puede ser entre los 1 los 3 años. La cabeza es rapada y untada con pasta de sándalo. En teoría, que tampoco (siempre) en la práctica, se deja un mechón (“chūdākarana”, el proceso de hacerlo; “chūdā”, el resultado). El primer corte de pelo deja atrás las impurezas y ‘cargas’ de otras vidas anteriores. Con todo, mejor dejar un mechoncete para que Krishna tenga de donde agarrarle y lo lleve a “planos superiores” o, mejor aún, le libre de la rueda de reencarnaciones. 
Curiosos, los indios :-)
Si ves a un adulto –o no adulto, pero nunca un bebé-, con la cabeza rapada y un mechón que le parte de la coronilla, a modo de coleta punki, es que está de luto por la muerte del padre. Aunque -esta también es buena-, cuando un hindú muere –no recuerdo si sólo en el caso de los brahmines o en general, podría corregirme un tal Ito-, es el hijo mayor el encargado de liberarle, durante la pira, del ciclo de reencarnaciones para que éste pueda alcanzar el nirvana. El método, después de una larga, fascinante y cero morbosa ceremonia en la que el difunto es untado en un tipo de mantequilla que hace las veces  de inflamable para la combustión…
.
[–y que en una ocasión, allá por el Kumbh Mela, el fotógrafo Jordi Pizarro y yo contemplamos, maravillados, sin poder hacer ni una sola foto, con las cámaras colgadas sobre el pecho, esperando un permiso que (obviamente) nunca llegó, luchando, a duras penas -como todas las luchas contra las entrañas-, contra la inercia de levantar la cámara; por respeto, que los indios se reencarnan pero la muerte de un ser querido les duele igual; renunciar a capturar una de las ceremonias más bestias y, sin embargo más bellas y estéticas que he visto en mi vida. Esa manera de afrontar la muerte, ese ritual seguido cual claqueta suiza ‘pintada’ al milímetro].
 .
… es el de reventarle el cráneo, ya crujiente, con un palo y de un solo golpe, a ser posible. Un golpe urgente, preciso, certero. Claro, que el hijo mayor puede ser un treintañero… o un niño de apenas 10 años.

[Continuará]
.

jueves, 26 de marzo de 2015

Pondicherry / Apuntes


La primera vez que estuve en Pondicherry, decía, fue en noviembre de 2010. El monzón, que en esta parte de Tamil Nadu se suele prolongar casi hasta Navidad, aún descargaba con una violencia benevolente, un fenómeno llamado por mí y por las voces de los escribas que habitan en mi cerebro y que a veces me dictan ordenan que mate a alguien aunque yo nunca les hago caso, por suerte para muchos de vosotros, “viobenevolencia”, que es la benevolencia de algunos hechos que se presentan violentos; pura contradicción india, por otra parte. O humana, la contradicción, digo. Tal vez. Chi lo sa?

La ciudad, discurriendo en una kilométrica corniche frente al mar, medio encharcada y soleada al instante tras la tormenta, con su pintoresca colonia francesa repleta de fachadas de arquitectura de época pintadas en ocre y moteadas de verdes macetas y placas azules con el nombre de sus calles aún en francés –Rue Dumas, Rue Labourdonnais, desde donde escribo estas letras bajo un ventilador que tregüea renqueante la batalla del asfixiante calor matutino-, le daba un aspecto de cómic recién entintado, con su policía aún calzando el característico kepi (sombrero) rojo, de fondo. Estaba muy bonita. Es muy bonita. Y sólo faltaba Tintín.

La primera vez que estuve en Pondicherry, decía, fue en noviembre de 2010. Había llegado huyendo. Aterricé en Bombay un par de días antes que Barack Obama en su primera visita al país como presidente de los EE UU, y hasta que no se fue de vuelta a su (puta) casa (blanca), y yo envié mi última crónica a la entonces amable y muy bien dirigida, sección de Internacional de un periódico para el que trabajaba, no me fue posible abandonar la ciudad más cara, calurosa y húmeda de todo el subcontinente. Y donde también he comido los mejores noodles veg manchurian de toda mi vida asiática hasta la fecha, he de decir. La huida fue vía Hampi, ubicada en el amplio y pedregoso ombligo de la India, y con una parada de horror en algún momento de mi trayecto hacia la costa Este, en Bangalore (una ciudad, quede entre nosotros, que bien podría ser sacrificada para convertir a India en un país con original forma de donut elíptico. Con la ayuda de Dios y de la energía nuclear, quizá. Me da que pocos extranjeros la llorarían. Pero es un suponer sin mucho rigor, advierto. Y opino).

La primera vez que estuve en Pondicherry, decía, fue en noviembre de 2010. Había llegado huyendo y sólo me arrepentiré de ese viaje por el hecho de haberle metido a la Pelirroja –dama cicatrizada con quien había decidido pasar unos meses curveando el sur de India-, la que siempre recordaré como la peor sleeping class de toda mi India. Aunque visto con perspectiva, tampoco yo conocía demasiado bien el país por aquel entonces, y aún no había descubierto cómo funciona su complejo, pero muy eficaz, sistema ferroviario. Si hablamos de categorías (y horas de viaje, de media unas veinte entre el punto A y el punto B, sean cuales sean los puntos equidistantes), la sleeping class es la chunga, la que usa todo indio que se ha quedado sin billete para realizar sus constantes y misteriosos viajes.

[Y en este punto anoto: Se mueven mogollón. Los indios viajan mucho. Siempre de aquí para allá. Y como son tantos, más te vale reservar billete con semanas de antelación porque si no lo tienes jodido para evitar pagar el Taktal, que es una cuota de emergencia que se reserva para que los turistas no se queden en el andén con cara de idiota, y que cuesta un pico más. Algún día habrá que seguir a un indio, que decía una amiga, para ver a DÓNDE COJONES VAN].

La tercera clase con aire acondicionado (3AC), y la segunda clase (2AC), son las que molan. Las cómodas y de precio más que accesible (en mi opinión, la mejor, por calidad/precio es la 3AC). Ambas son cómodas, en ambas te dan una manta, dos sábanas y una almohada y la opción, además, de encargar la cena o la comida, que te sirven. En ambas pasan cada dos por tres los operarios de la limpieza y en ambas quedan cerrados los vagones una vez el tren arranca su marcha. La diferencia entre las dos, amén de un salto bastante cuantitativo en el precio, es que en la 3AC hay ocho camas -seis en el compartimento, repartidas en dos literas, más dos en el pasillo-, y en la 2AC hay seis camas -cuatro en el compartimento, repartidas en dos literas, y otras dos en el pasillo-. O sea, más espacio en esta última. Pero no mucho.
En la sleeping class los vagones no quedan nunca cerrados, sino abiertos a quien tenga a bien subirse, cuando no meter la mano desde el andén y trincar lo primero que pille. Consecuencia de ello, es que todo indio que se queda sin billete termina refugiándose en la sleeping class. Esto, a su vez, provoca que a las pocas horas de haber partido, los compartimentos –en esta clase están repartidos como los de la 3AC, seis camas en el propio compartimento y las dos del pasillo-, terminan asemejándose al camarote de los hermanos Marx, con indios amontonados, por docenas, en el suelo o en tu misma cama si es que te levantas a mear. Si a esto le sumamos las particulares formas sociales de India, ni mejores ni peores que las nuestras, simplemente en las antípodas de lo que en Occidente nos han inculcado como “discreción” y/o “normas básicas de educación”, la fiesta está servida. Si a un tipo le suena el teléfono a las cuatro de la mañana, no dudes en que se levantará, encenderá todas las luces, y se pondrá a berrear, a voces, lo que sea que estén tramando en esa llamada. El insomne jugará sus partidas de cualquier juego con sonido electrónico estridente hasta quedarse sin batería, momento en el que también encenderá todas las luces para buscar el cargador antes de salir a pasearse, dejando todas las luces encendidas. También está el osado, el que en cuanto ve hueco, por mínimo que sea, se cuela en tu cama con el firme objetivo de echarse una cabezadita tumbado sobre blando. Y el Torrente, ese que te mira fijamente mientras come y mete sus dedos chorreantes de grasa y masala en su tupper, y todavía sin dejar de mirarte a los ojos, con una sonrisa siniestra disfrazada de mera curiosidad, levanta una posadera, ligeramente, y lanza un acústico y prolongado gas de curry que te deja a ti con los ojos como platos –se acaban de tirar un pedo mirándote a la cara-, y al otro con cara de no comprender por qué mutas en ese gesto de molestado. Se preguntará qué habrá hecho para incomodarte. Convencido, además, de que ha hecho algo mal que, sin embargo, se ve incapaz de localizar.
La explicación de todo esto es que al indio le importa una mierda todo. TODO. En el sentido más práctico y positivo de tal afirmación, aclaro. La idiosincrasia india se basa en el “haz lo que te dé la gana” y por tanto, “deja que cada uno haga lo que le dé la gana”. No hay nada más cierto en India, un país en el que puedes hacer lo que te plazca en cada momento que nadie te lo va a echar en cara. Si tienen que afear alguna conducta, lo harán entre ellos para recordar que la sociedad india es una sociedad que se sustenta en el sistema de castas, y del mismo modo que siempre hay uno por encima de ti, también hay otro por debajo al que putear. Pero tú, hombre blanco, equivocado de la vida pero exótico como para tratarte con condescendencia, si te subes a un taxi y te molesta la música, la apagas sin preguntar. Si te apetece un cigarro, te lo fumas. Puede que el taxista te diga que no se puede, pero en cuanto le expliques que llevas 8h volando y que te apetece un cigarro y, sobre todo, que te dejen en paz, el tipo no pondrá objeción ninguna. Una vez estaba sentado en una puerta de salida de entre vagones, en un tren de Calcuta a las playas de Digha, echándome un piti, cuando intuí una presencia cuyas piernas ya estaban pegadas a mi chepa. Lancé el cigarrillo rápidamente a las vías (la multa por fumar en el tren es de 1000 rupias, unos 15€), me incorporé, y al girarme me di cuenta de aquella presencia era, en realidad, un policía que me pedía explicaciones. Muy serio y con el gesto ofendido le empujé suavemente con mi mano sobre su pecho hacia detrás, pidiéndole paso y argumentándole, con alientazo a tabaco, que  no sólo “no estaba fumando” sino que debía ir al WC con urgencia. Y allí me encerré hasta que el tipo comprendió que no saldría hasta que él no se fuese. NO voy a pagar ninguna jodida multa por muy policía que seas, era el mensaje. Y así ocurrió. No me imagino lo mismo en Europa, esa es la verdad. En fin.

La primera vez que estuve en Pondicherry, decía, fue en noviembre de 2010. Había llegado huyendo. Pero no exactamente de Bombay, en la costa Oeste del país, sino de Berlín, a donde me fui a vivir en noviembre de 2009 con el firme propósito de instalarme allí y aprender a hablar alemán en un plazo de dos años y así tener menos de 40 años y tres idiomas en mi haber. Llevaba un año de viaje y en España, a mi vuelta, no había mucho que hacer. Duré en la capital alemana exactamente un otoño, un invierno, una primavera y medio verano. En el invierno decidí que no viviría allí mucho tiempo ni por todo el oro del mundo, sólo hasta verano, y dejé las clases de alemán, idioma que nunca aprendí. Volví a India en cuanto pude. Entre finales de septiembre o principios de octubre de 2010, no recuerdo con exactitud.
Cinco años después, de nuevo en Pondicherry, mientras sigo tomando notas y fotos (de esto, de aquello), leo en la prensa del accidente de Germanwings. Como siempre, la prensa, única maquinaria capaz de aplacar el hambre voraz de desgracias que tiene cualquier ciudadano con una vida de mierda –nunca escribí y trabajé tan a destajo como cuando la ‘primera’ ola de violaciones en India, nunca se actualizaba lo suficiente; querían más y más y más, y cuanto más cruento, mejor, así nunca bajaría, durante semanas, del número uno en el top de noticias más leídas-, no ha tardado ni 24h en publicar la lista de pasajeros, por perfiles, con un texto contando la vida, pero sobre todo lo que la muerte les ha arrebatado a cada uno de los fallecidos, al lado de cada foto. Dar drama, pulir drama. Yo tampoco he tardado ni 24h en buscar el drama para leérmelo entero, hasta la última coma, y quitarme el mono. Así son las cosas. Y a lo único que acierto a señalar es a la cifra en la que más me he fijado. En la de la fecha de nacimiento, década de los 70, de un gran porcentaje de los pasajeros. Es la década en la que nací yo. En 1973. El próximo julio cumpliré 42 años (si llego; cosas del fatalismo mediterráneo, en cuya cuenca me crié). La misma edad -por arriba, por abajo-, de algunos ejecutivos que dejan mujer, hijos y un futuro asentado sobre sólidas bases que, con todo, viajaban en lowcost. Señores y señoras con todas las letras; damas y caballeros del primer mundo; bien vestidos, de mi quinta, con discurso; todos estrellados contra los Alpes cuando volaban en viaje de negocios. Teclear esto, a mi casi 42, en calzoncillos, bajo un ventilador que tregüea renqueante la batalla del asfixiante calor matutino, en un hotel sin estrellas del viejo y colorido barrio francés, dibujando una estampa que ilustra el término “loser” en el imaginario colectivo del lugar al que pertenezco, Europa, no amaina la angustia de la vida que es la vida cuando se construye. La vida misma, esa vida que no es otra cosa que la suma de las decisiones que tomamos día a día, como en cualquier interminable menú de un bar de carretera, a sabiendas de que es más que posible –suele ocurrir-, que el plato que se haya pedido el de al lado vaya a tener mejor pinta que el tuyo. Sin embargo, hay que decidirse y elegir; casi siempre, guiados por el instinto, habilidad animal que no es garantía de nada. Elegir. Apostar. Cerrar este blog, apagar el ordenador e ir tú mismo a descubrir cómo es India, cualquier India, en lugar de que te lo cuente. Yo lo haría. Cualquier avión, cualquier día, nos quita de en medio. 

Discúlpenme esta perorata, no volverá a ocurrir.


Así que quieres ser escritor, ¿eh?

si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
a menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobe la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
si lo haces por el dinero o
la fama,
ni lo intentes.
si lo haces porque quieres
mujeres en la cama
ni lo intentes.
si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes.
si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes.
si quieres escribir como algún
otro,
olvídalo.

si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
si no llega a salir de ti con un rugido,
dedícate a otra cosa.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quienquiera que sea,
no estás preparado.

no seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y
pretencioso, no te dejes consumir por el
narcisismo.
las bibliotecas del mundo
se han dormido de
aburrimiento
con los de tu calaña.

no lo empeores.
ni lo intentes.
a menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.
a menos que el sol en tu interior te
abrase las entrañas,
ni lo intentes.

cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por
si mismo y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti.

no hay otra manera.

ni la hubo nunca.


So You Want to be A Writer

if it doesn't come bursting out of you
in spite of everything,
don't do it.
unless it comes unasked out of your
heart and your mind and your mouth
and your gut,
don't do it.
if you have to sit for hours
staring at your computer screen
or hunched over your
typewriter
searching for words,
don't do it.
if you're doing it for money or
fame,
don't do it.
if you're doing it because you want
women in your bed,
don't do it.
if you have to sit there and
rewrite it again and again,
don't do it.
if it's hard work just thinking about doing it,
don't do it.
if you're trying to write like somebody
else,
forget about it.

if you have to wait for it to roar out of
you,
then wait patiently.
if it never does roar out of you,
do something else.

if you first have to read it to your wife
or your girlfriend or your boyfriend
or your parents or to anybody at all,
you're not ready.

don't be like so many writers,
don't be like so many thousands of
people who call themselves writers,
don't be dull and boring and
pretentious, don't be consumed with self-
love.
the libraries of the world have
yawned themselves to
sleep
over your kind.
don't add to that.
don't do it.
unless it comes out of
your soul like a rocket,
unless being still would
drive you to madness or
suicide or murder,
don't do it.
unless the sun inside you is
burning your gut,
don't do it.

when it is truly time,
and if you have been chosen,
it will do it by
itself and it will keep on doing it
until you die or it dies in you.

there is no other way.

and there never was.

(Charles Bukowski).