La primera vez que estuve en Pondicherry, decía,
fue en noviembre de 2010. El monzón, que en esta parte de Tamil Nadu se suele
prolongar casi hasta Navidad, aún descargaba con una violencia benevolente, un
fenómeno llamado por mí y por las voces de los escribas que habitan en mi
cerebro y que a veces me dictan ordenan que mate a alguien aunque yo nunca les
hago caso, por suerte para muchos de vosotros, “viobenevolencia”, que es la benevolencia de algunos hechos que se
presentan violentos; pura contradicción india, por otra parte. O humana, la
contradicción, digo. Tal vez. Chi lo sa?
La ciudad, discurriendo en una kilométrica corniche frente al mar, medio encharcada y soleada al instante
tras la tormenta, con su pintoresca colonia francesa repleta de fachadas de arquitectura de época pintadas en ocre y moteadas de verdes macetas y placas azules con el nombre de
sus calles aún en francés –Rue Dumas, Rue Labourdonnais, desde donde escribo
estas letras bajo un ventilador que tregüea renqueante la batalla del
asfixiante calor matutino-, le daba un aspecto de cómic recién entintado, con su
policía aún calzando el característico kepi
(sombrero) rojo, de fondo. Estaba muy bonita. Es muy bonita. Y sólo faltaba Tintín.
La primera vez que estuve en Pondicherry, decía,
fue en noviembre de 2010. Había llegado huyendo. Aterricé en Bombay un par de
días antes que Barack Obama en su primera visita al país como presidente de los
EE UU, y hasta que no se fue de vuelta a su (puta) casa (blanca), y yo envié mi
última crónica a la entonces amable y muy bien dirigida, sección de Internacional
de un periódico para el que trabajaba, no me fue posible abandonar la ciudad
más cara, calurosa y húmeda de todo el subcontinente. Y donde también he comido
los mejores noodles veg manchurian de
toda mi vida asiática hasta la fecha, he de decir. La huida fue vía Hampi, ubicada
en el amplio y pedregoso ombligo de la India, y con una parada de horror en
algún momento de mi trayecto hacia la costa Este, en Bangalore (una ciudad,
quede entre nosotros, que bien podría ser sacrificada para convertir a India en
un país con original forma de donut elíptico. Con la ayuda de Dios y de la
energía nuclear, quizá. Me da que pocos extranjeros la llorarían. Pero es un
suponer sin mucho rigor, advierto. Y opino).
La primera vez que estuve en Pondicherry, decía,
fue en noviembre de 2010. Había llegado huyendo y sólo me arrepentiré de ese
viaje por el hecho de haberle metido a la Pelirroja –dama cicatrizada con quien
había decidido pasar unos meses curveando el sur de India-, la que siempre
recordaré como la peor sleeping class
de toda mi India. Aunque visto con perspectiva, tampoco yo conocía demasiado bien
el país por aquel entonces, y aún no había descubierto cómo funciona su
complejo, pero muy eficaz, sistema ferroviario. Si hablamos de categorías (y
horas de viaje, de media unas veinte entre el punto A y el punto B, sean cuales
sean los puntos equidistantes), la sleeping
class es la chunga, la que usa todo indio que se ha quedado sin billete
para realizar sus constantes y misteriosos viajes.
[Y en este punto anoto: Se mueven mogollón. Los
indios viajan mucho. Siempre de aquí para allá. Y como son tantos, más te vale
reservar billete con semanas de antelación porque si no lo tienes jodido para
evitar pagar el Taktal, que es una cuota de emergencia que se reserva para que
los turistas no se queden en el andén con cara de idiota, y que cuesta un pico
más. Algún día habrá que seguir a un indio, que decía una amiga, para ver a
DÓNDE COJONES VAN].
La tercera clase con aire acondicionado (3AC), y la
segunda clase (2AC), son las que molan. Las cómodas y de precio más que
accesible (en mi opinión, la mejor, por calidad/precio es la 3AC). Ambas son
cómodas, en ambas te dan una manta, dos sábanas y una almohada y la opción,
además, de encargar la cena o la comida, que te sirven. En ambas pasan cada dos
por tres los operarios de la limpieza y en ambas quedan cerrados los vagones
una vez el tren arranca su marcha. La diferencia entre las dos, amén de un
salto bastante cuantitativo en el precio, es que en la 3AC hay ocho camas -seis
en el compartimento, repartidas en dos literas, más dos en el pasillo-, y en la
2AC hay seis camas -cuatro en el compartimento, repartidas en dos literas, y
otras dos en el pasillo-. O sea, más espacio en esta última. Pero no mucho.
En la sleeping
class los vagones no quedan nunca cerrados, sino abiertos a quien tenga a
bien subirse, cuando no meter la mano desde el andén y trincar lo primero que
pille. Consecuencia de ello, es que todo indio que se queda sin billete termina
refugiándose en la sleeping class.
Esto, a su vez, provoca que a las pocas horas de haber partido, los
compartimentos –en esta clase están repartidos como los de la 3AC, seis camas en
el propio compartimento y las dos del pasillo-, terminan asemejándose al
camarote de los hermanos Marx, con indios amontonados, por docenas, en el suelo
o en tu misma cama si es que te levantas a mear. Si a esto le sumamos las
particulares formas sociales de India, ni mejores ni peores que las nuestras,
simplemente en las antípodas de lo que en Occidente nos han inculcado como “discreción”
y/o “normas básicas de educación”, la fiesta está servida. Si a un tipo le
suena el teléfono a las cuatro de la mañana, no dudes en que se levantará,
encenderá todas las luces, y se pondrá a berrear, a voces, lo que sea que estén
tramando en esa llamada. El insomne jugará sus partidas de cualquier juego con
sonido electrónico estridente hasta quedarse sin batería, momento en el que
también encenderá todas las luces para buscar el cargador antes de salir a pasearse,
dejando todas las luces encendidas. También está el osado, el que en cuanto ve
hueco, por mínimo que sea, se cuela en tu cama con el firme objetivo de echarse
una cabezadita tumbado sobre blando. Y el Torrente,
ese que te mira fijamente mientras come y mete sus dedos chorreantes de grasa y
masala en su tupper, y todavía sin
dejar de mirarte a los ojos, con una sonrisa siniestra disfrazada de mera curiosidad,
levanta una posadera, ligeramente, y lanza un acústico y prolongado gas de
curry que te deja a ti con los ojos como platos –se acaban de tirar un pedo
mirándote a la cara-, y al otro con cara de no comprender por qué mutas en ese
gesto de molestado. Se preguntará qué habrá hecho para incomodarte. Convencido,
además, de que ha hecho algo mal que, sin embargo, se ve incapaz de localizar.
La explicación de todo esto es que al indio le
importa una mierda todo. TODO. En el sentido más práctico y positivo de tal
afirmación, aclaro. La idiosincrasia india se basa en el “haz lo que te dé la
gana” y por tanto, “deja que cada uno haga lo que le dé la gana”. No hay nada
más cierto en India, un país en el que puedes hacer lo que te plazca en cada
momento que nadie te lo va a echar en cara. Si tienen que afear alguna
conducta, lo harán entre ellos para recordar que la sociedad india es una
sociedad que se sustenta en el sistema de castas, y del mismo modo que siempre
hay uno por encima de ti, también hay otro por debajo al que putear. Pero tú,
hombre blanco, equivocado de la vida pero exótico como para tratarte con
condescendencia, si te subes a un taxi y te molesta la música, la apagas sin
preguntar. Si te apetece un cigarro, te lo fumas. Puede que el taxista te diga
que no se puede, pero en cuanto le expliques que llevas 8h volando y que te
apetece un cigarro y, sobre todo, que te dejen en paz, el tipo no pondrá
objeción ninguna. Una vez estaba sentado en una puerta de salida de entre
vagones, en un tren de Calcuta a las playas de Digha, echándome un piti, cuando
intuí una presencia cuyas piernas ya estaban pegadas a mi chepa. Lancé el
cigarrillo rápidamente a las vías (la multa por fumar en el tren es de 1000
rupias, unos 15€), me incorporé, y al girarme me di cuenta de aquella presencia
era, en realidad, un policía que me pedía explicaciones. Muy serio y con el
gesto ofendido le empujé suavemente con mi mano sobre su pecho hacia detrás,
pidiéndole paso y argumentándole, con alientazo a tabaco, que no sólo “no estaba fumando” sino que debía ir
al WC con urgencia. Y allí me encerré hasta que el tipo comprendió que no
saldría hasta que él no se fuese. NO voy a pagar ninguna jodida multa por muy
policía que seas, era el mensaje. Y así ocurrió. No me imagino lo mismo en
Europa, esa es la verdad. En fin.
La primera vez que estuve en Pondicherry, decía,
fue en noviembre de 2010. Había llegado huyendo. Pero no exactamente de Bombay,
en la costa Oeste del país, sino de Berlín, a donde me fui a vivir en noviembre
de 2009 con el firme propósito de instalarme allí y aprender a hablar alemán en
un plazo de dos años y así tener menos de 40 años y tres idiomas en mi haber. Llevaba
un año de viaje y en España, a mi vuelta, no había mucho que hacer. Duré en la
capital alemana exactamente un otoño, un invierno, una primavera y medio verano.
En el invierno decidí que no viviría allí mucho tiempo ni por todo el oro del
mundo, sólo hasta verano, y dejé las clases de alemán, idioma que nunca
aprendí. Volví a India en cuanto pude. Entre finales de septiembre o principios
de octubre de 2010, no recuerdo con exactitud.
Cinco años después, de nuevo en Pondicherry,
mientras sigo tomando notas y fotos (de esto, de aquello), leo en la prensa del
accidente de Germanwings. Como
siempre, la prensa, única maquinaria capaz de aplacar el hambre voraz de desgracias
que tiene cualquier ciudadano con una vida de mierda –nunca escribí y trabajé
tan a destajo como cuando la ‘primera’ ola de violaciones en India, nunca se
actualizaba lo suficiente; querían más y más y más, y cuanto más cruento,
mejor, así nunca bajaría, durante semanas, del número uno en el top de noticias más leídas-, no ha
tardado ni 24h en publicar la lista de pasajeros, por perfiles, con un texto
contando la vida, pero sobre todo lo que la muerte les ha arrebatado a cada uno
de los fallecidos, al lado de cada foto. Dar drama, pulir drama. Yo tampoco he
tardado ni 24h en buscar el drama para leérmelo entero, hasta la última coma, y
quitarme el mono. Así son las cosas. Y a lo único que acierto a señalar es a la
cifra en la que más me he fijado. En la de la fecha de nacimiento, década de
los 70, de un gran porcentaje de los pasajeros. Es la década en la que nací yo.
En 1973. El próximo julio cumpliré 42 años (si llego; cosas del fatalismo
mediterráneo, en cuya cuenca me crié). La misma edad -por arriba, por abajo-,
de algunos ejecutivos que dejan mujer, hijos y un futuro asentado sobre sólidas
bases que, con todo, viajaban en lowcost.
Señores y señoras con todas las letras; damas y caballeros del primer mundo; bien
vestidos, de mi quinta, con discurso; todos estrellados contra los Alpes cuando
volaban en viaje de negocios. Teclear esto, a mi casi 42, en calzoncillos, bajo
un ventilador que tregüea renqueante la batalla del asfixiante calor matutino,
en un hotel sin estrellas del viejo y colorido barrio francés, dibujando una
estampa que ilustra el término “loser” en el imaginario colectivo del lugar al
que pertenezco, Europa, no amaina la angustia de la vida que es la vida cuando
se construye. La vida misma, esa vida que no es otra cosa que la suma de las
decisiones que tomamos día a día, como en cualquier interminable menú de un bar
de carretera, a sabiendas de que es más que posible –suele ocurrir-, que el
plato que se haya pedido el de al lado vaya a tener mejor pinta que el tuyo.
Sin embargo, hay que decidirse y elegir; casi siempre, guiados por el instinto,
habilidad animal que no es garantía de nada. Elegir. Apostar. Cerrar este blog,
apagar el ordenador e ir tú mismo a descubrir cómo es India, cualquier India,
en lugar de que te lo cuente. Yo lo haría. Cualquier avión, cualquier día, nos quita de en medio.
Discúlpenme esta perorata, no volverá a ocurrir.
Así que quieres ser escritor, ¿eh?
si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
a menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobe la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
si lo haces por el dinero o
la fama,
ni lo intentes.
si lo haces porque quieres
mujeres en la cama
ni lo intentes.
si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes.
si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes.
si quieres escribir como algún
otro,
olvídalo.
si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
si no llega a salir de ti con un rugido,
dedícate a otra cosa.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quienquiera que sea,
no estás preparado.
no seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y
pretencioso, no te dejes consumir por el
narcisismo.
las bibliotecas del mundo
se han dormido de
aburrimiento
con los de tu calaña.
no lo empeores.
ni lo intentes.
a menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.
a menos que el sol en tu interior te
abrase las entrañas,
ni lo intentes.
cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por
si mismo y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti.
no hay otra manera.
ni la hubo nunca.
So You Want to be A Writer
if it doesn't come bursting out of you
in spite of everything,
don't do it.
unless it comes unasked out of your
heart and your mind and your mouth
and your gut,
don't do it.
if you have to sit for hours
staring at your computer screen
or hunched over your
typewriter
searching for words,
don't do it.
if you're doing it for money or
fame,
don't do it.
if you're doing it because you want
women in your bed,
don't do it.
if you have to sit there and
rewrite it again and again,
don't do it.
if it's hard work just thinking about doing it,
don't do it.
if you're trying to write like somebody
else,
forget about it.
if you have to wait for it to roar out of
you,
then wait patiently.
if it never does roar out of you,
do something else.
if you first have to read it to your wife
or your girlfriend or your boyfriend
or your parents or to anybody at all,
you're not ready.
don't be like so many writers,
don't be like so many thousands of
people who call themselves writers,
don't be dull and boring and
pretentious, don't be consumed with self-
love.
the libraries of the world have
yawned themselves to
sleep
over your kind.
don't add to that.
don't do it.
unless it comes out of
your soul like a rocket,
unless being still would
drive you to madness or
suicide or murder,
don't do it.
unless the sun inside you is
burning your gut,
don't do it.
when it is truly time,
and if you have been chosen,
it will do it by
itself and it will keep on doing it
until you die or it dies in you.
there is no other way.
and there never was.
(Charles Bukowski).