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domingo, 15 de febrero de 2015

Viajeros al tren (2)


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Podría CLAVAR este videoclip a lomos de un rickshaw; camisa abierta hasta el ombligo, pecho palomo, medallón de Virgen de la Macarena al viento y una copita de coñac en una mano mientras con la otra me sujeto al indian helicopter con medio cuerpo fuera y reparto sonrisas, amor y armonía universal, al compás de un "¡Namasteee...!" pronunciado muy fuerte y con cara de haberme zampado tres cajas enteras de Trankimazin.
Decíamos en el anterior post que hay muchos tipos de visitantes o adictos a India. Iluminados, Adoptatis, raros de todo pelaje –como la Elisabeth Gilbert de Gokarna*-, o simples enamorados del país que volverán una y otra vez al paisanaje más loco y permisivo (ya precisaremos) del planeta. Hoy, domingo de rigor, empezaremos repartiendo hostias.
Explico y/o advierto: De entre todos los aromas que pasan a impregnarte hasta formar parte de ti, para siempre, desde el mismo momento en que separas por vez primera el pie de la escalerilla del avión y lo sitúas en el finger; ese aroma que penetra por la rendija que queda entre el pasillo mecánico y el fuselaje del avión y que ya no te abandona ni camino de las colas de los controles de inmigración ni mucho menos a la salida del aeropuerto, nocturna algarabía de taxistas y de tipos esperando con un cartel con el nombre de un pasajero; ese aroma que a mí siempre me ha recibido de madrugada y que durante años no logré descifrar hasta que descubrí que era el olor de la basura y el plástico quemado, que a esas horas –a totes hores, però-, lucierneguea una ciudad, Delhi, cuyo crepitar, rugido de tripas, hambre, se funde con la penumbra de ese asfalto humano que duermevela entre semáforos.
[…]
Pues a los aromas, flashazos o primeras impresiones –generalmente digitales, si es que no se es ciudadano indio; en inmigración-, al llegar a India, a las que no deberíamos de acostumbrarnos nunca (never) bajo ningún concepto -aunque ese concepto sea que nos pillen los dedos con una puerta-, es a asumir que nuestros compatriotas extranjeros nos saluden juntando las palmas a la altura de la barbilla y extra sonriendo con expresión bovina como si tal gesto fuera lo más característico de toda la Europa continental y ellos el jodido Mahatma Gandhi (al tiempo que dejan caer un chirriante "Namaste" de sus labios, flácido como la grasa e irritante como un buscavidas de Jaipur).
No-es-normal. Vuestra guerra no es poneos un punto rojo entre la cejas y vestir trapillos de colores que espantan hasta los indios y repetir como un mantra de hostia redentora “hay mucha pobreza, sí, ¡pero son tan felices!”. Pienso. Y de esta forma De súper buen rollo, gustaría de transmitirlo. Porque me gustan las gentes que son de verdad; ser bohemio, poeta y ser golfo me va. Soy cantor de silencios que no vive en paz, que presume de ser español y medir (1.50m) donde va.
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[Continuará]
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* Querido diario (12-2010). Delhirando
Hoy he vuelto a ver cómo un indefenso can [de 80kg] era golpeado por la vara de la barbarie y la incultura. A punto he estado de llorar. Por supuesto, he dejado la comida a medias, sin importarme que se me enfriase, y me he levantado de la mesa aupada por ese resorte que es mi compromiso con la paz mundial, para pedir fin a la sinrazón y al retraso". Y los camareros -añadimos nosotros-, se han quedado con todos los ojos tan abiertos que les hubiera cabido una sandía por el...
A falta de un televisor con telediario que entretenga nuestros hábitos bovinos de mediodía, la Pelirroja y un servidor ponemos sonido a las palabras que en esa línea, tras el 'altercado', debe de estar escribiendo sobre su cuaderno de tapas de cuero la Elisabeth Gilbert de Gokarna, una mujer occidental, casi joven, quien, con la ingenuidad propia del turista bien indocumentado, trata de resolver lo que para ella deben resultar unas creencias culturales súper erróneas. O SEA. Y es que si para un hindú la figura de un perro representa el peor de los ciclos de reencarnaciones, para un indio que, además, regenta un restaurante repleto de occidentales, que un perro se le cuele por costumbre entre las mesas de los comensales sólo puede resolverse de una manera: A bastonazos. O lo que es lo mismo, con el célebre 'bamboo massage' indio. Y en esas estamos, asistiendo a una telenovela que nos tiene a todos la mar de entretenidos.
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