Podría CLAVAR este videoclip a lomos de un rickshaw; camisa abierta hasta el
ombligo, pecho palomo, medallón de Virgen de la Macarena al viento y una copita
de coñac en una mano mientras con la otra me sujeto al indian helicopter con medio cuerpo fuera y reparto sonrisas, amor y
armonía universal, al compás de un "¡Namasteee...!" pronunciado muy
fuerte y con cara de haberme zampado tres cajas enteras de Trankimazin.
Decíamos en el anterior post que hay
muchos tipos de visitantes o adictos a India. Iluminados, Adoptatis, raros de todo pelaje –como la Elisabeth Gilbert de Gokarna*-, o simples enamorados del país que volverán una y otra vez al
paisanaje más loco y permisivo (ya precisaremos) del planeta. Hoy, domingo de rigor, empezaremos repartiendo hostias.
Explico y/o advierto: De entre todos los aromas que
pasan a impregnarte hasta formar parte de ti, para siempre, desde el mismo
momento en que separas por vez primera el pie de la escalerilla del avión y lo
sitúas en el finger; ese aroma que
penetra por la rendija que queda entre el pasillo mecánico y el fuselaje del
avión y que ya no te abandona ni camino de las colas de los controles de
inmigración ni mucho menos a la salida del aeropuerto, nocturna algarabía de
taxistas y de tipos esperando con un cartel con el nombre de un pasajero; ese
aroma que a mí siempre me ha recibido de madrugada y que durante años no logré
descifrar hasta que descubrí que era el olor de la basura y el plástico
quemado, que a esas horas –a totes hores,
però-, lucierneguea una ciudad, Delhi, cuyo crepitar, rugido de tripas, hambre,
se funde con la penumbra de ese asfalto humano que duermevela entre semáforos.
[…]
Pues a los aromas, flashazos o primeras impresiones
–generalmente digitales, si es que no se es ciudadano indio; en inmigración-,
al llegar a India, a las que no deberíamos de acostumbrarnos nunca (never) bajo ningún concepto -aunque ese
concepto sea que nos pillen los dedos con una puerta-, es a asumir que nuestros
compatriotas extranjeros nos saluden juntando las palmas a la altura de la
barbilla y extra sonriendo con expresión bovina como si tal gesto fuera lo más
característico de toda la Europa continental y ellos el jodido Mahatma Gandhi
(al tiempo que dejan caer un chirriante "Namaste" de sus labios,
flácido como la grasa e irritante como un buscavidas de Jaipur).
No-es-normal. Vuestra guerra no es poneos un punto
rojo entre la cejas y vestir trapillos de colores que espantan hasta los indios
y repetir como un mantra de hostia redentora “hay mucha pobreza, sí, ¡pero son
tan felices!”. Pienso. Y de esta forma De súper buen rollo, gustaría de
transmitirlo. Porque me gustan las gentes que
son de verdad; ser bohemio, poeta y ser golfo me va. Soy cantor de silencios
que no vive en paz, que presume de ser español y medir (1.50m) donde va.
[Continuará]
.
* Querido diario (12-2010). Delhirando
Hoy he vuelto a ver
cómo un indefenso can [de 80kg] era golpeado por la vara de la barbarie y la
incultura. A punto he estado de llorar. Por supuesto, he dejado la comida a
medias, sin importarme que se me enfriase, y me he levantado de la mesa aupada
por ese resorte que es mi compromiso con la paz mundial, para pedir fin a la
sinrazón y al retraso". Y los camareros -añadimos nosotros-, se han
quedado con todos los ojos tan abiertos que les hubiera cabido una sandía por
el...
A falta de un
televisor con telediario que entretenga nuestros hábitos bovinos de mediodía,
la Pelirroja y un servidor ponemos sonido a las palabras que en esa línea, tras
el 'altercado', debe de estar escribiendo sobre su cuaderno de tapas de cuero
la Elisabeth Gilbert de Gokarna, una mujer occidental, casi joven, quien, con
la ingenuidad propia del turista bien indocumentado, trata de resolver lo que
para ella deben resultar unas creencias culturales súper erróneas. O SEA. Y es
que si para un hindú la figura de un perro representa el peor de los ciclos de
reencarnaciones, para un indio que, además, regenta un restaurante repleto de
occidentales, que un perro se le cuele por costumbre entre las mesas de los
comensales sólo puede resolverse de una manera: A bastonazos. O lo que es lo
mismo, con el célebre 'bamboo massage' indio. Y en esas estamos, asistiendo a
una telenovela que nos tiene a todos la mar de entretenidos.
[...]
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