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domingo, 22 de febrero de 2015

Viajeros al tren (y 3)


Hablaba en anteriores post de los tipos de visitantes que puede recibir India; ese ‘Clan de los Adoptati’*, sparring bueno y necesario –que no falte-, iluminados, bienintencionados, víctimas de la falta de riego, tontos de puro bueno, gente normal, social y simpática, personajes extraordinarios y un amplio catálogo, a lo que vamos íbamos, de molones que han encontrado en las playas de Goa su lugar común de residencia como ese cuñado que habría hecho cualquier cosa mejor que tú por menos de la mitad del dinero que tú gastaste. Pero el caso es que a mí nadie me ha explicado todavía dónde, en qué oficina, se saca el carné de molón para ir conduciendo una moto a toda hostia virolla por carreteras repletas de niños jugando y perros, vacas, gallinas y conductores locales suicidas, con el rostro ligeramente girado, como acumulando todo el peso de la insoportable existencia amontonado en el hemisferio derecho de la cabeza -ojos entornados, mordiendo carrillo, desafiante, sobrepasado por esa rabiosa e insultante juventud adolescente que brota del pecho cual alien en cuanto se cumplen los 40 y hasta los 50 años de edad-, y de hecho me importa una mierda porque en Goa no me quedan días, sino horas -y es por eso que me llamaréis el Lavadoras-, y prefiero conducir despacio que tragar mosquitos que me dejen con cara de asco. Opino. Mas sólo es una opinión. Y por opinar, decía también en el anterior post que hay quien podría opinar que el indio desprecia hasta al europeo, todo un florido jardín en el que resplandece ese parterre que es el sistema de castas, y que requiere matización.
Y es que técnicamente no es que el indio desprecie al occidental. Tampoco que no vea más allá de ese universo hindustano en el que ha crecido y ha sido educado y piense que el resto del mundo es igual o, como mínimo, debería de ser igual al suyo. No al menos exactamente así aunque esto último sea lo más parecido a la realidad. El indio conoce, o en los casos más aislados, sospecha, que existen otras realidades. Y las tolera o convive con ellas. Pero, básicamente, se la sudan. Lo diferente se la suda. Así es. Tal vez, me da por pensar, como la reacción que debieron tener los pastores de las montañas más remotas de Afganistán cuando la Alianza del Norte liberó Kabul. Cojonuti, paisa, pero…

… ¿Qué día es hoy?
Y en realidad es todo mucho más complicado que eso. La sociedad india, en su más inexacta generalidad, no muestra, al menos en público, esa cosa tan social que es la empatía. Tal vez sea por cierto parecido razonable con los alemanes, una perogrullada sobre la que he discutido a menudo –siempre con un copazo en la mano, esgrimiré en mi defensa si se requiere-, con ex patriados diversos. Uno de ellos fue Igor G. Barbero, quien tras dos años como corresponsal en Nueva Delhi de la agencia EFE, después de haberse chupado otros tres años haciendo lo propio, felizmente, en Pakistán, decía no acostumbrarse a India. A sus formas. Echaba de menos la limpieza. Cierto trato entre ciudadanos. Igor, un periodista leído, cachondo e inteligente, prefirió –supongo-, ir en búsqueda de más hielo antes que responderme ;-) Lo que trataría de explicarle, también supongo, es que comparar a un indio con un alemán es y no es una tontería de copa en mano. Al indio le encantan las normas. Tener normas para cumplirlas al menos una vez en su vida. Todo está medido y cuadriculado. Otra cosa es que funcione. Pero, en la teoría, todo tiene un por qué y sus tiempos, además. La burocracia india es legendaria. Yo he visto a una coreana reventar el ordenador de un funcionario de un killbilliniano y certero puñetazo en la Oficina de Registro de Extranjeros, después de pasar una mañana paseando de ventanilla en ventanilla, y al indio enfrente suyo reaccionar con el mismo nivel de excitación y/o sulfuración con el que una vaca observa el tren que pasa. De hecho fue en un tren cuando un chai-wala me reprendió por fumar en la puerta de entrevagones. ¡Un puto chai-wala! ¿Pero tú has visto cómo tenéis el país de mierda hasta arriba, esta estación, por ejemplo, como para que me vengas tú ahora a decir que no puedo fumar en el tren? No te cuento el careto que se me quedó la primera vez que viajé en un tren en India cuando, tras cenar y no saber qué hacer con los restos, un amable y simpático indio que se sentaba frente a mí, extendió su brazo indicándome que se los pasara, y acto seguido abrió la ventanilla y los lanzó al vacío, sonriéndome por haberme ayudado explicado de un solo gesto, rápido y audaz, cómo funciona la limpieza, las cosas, en este país.
Decía, y frente de la densa burocracia india lo digo, que también he visto a una inmensa mayoría de indios buscar solución a los más locos imprevistos con una habilidad y rapidez mental que dejaría en calzoncillos al mismísimo McGuiver. Sin embargo, si algo tiene una norma o una forma de hacerse, ha de cumplirse. De lo contrario, como la gran mayoría de alemanes, entran en shock por estrés. Y del mismo modo que algunos los alemanes no muestran su falta de preocupación por el prójimo en el día a día, los indios, aparentemente, tampoco.
Quizá, tal vez –también-, sea una cuestión de cultura y de religión. Volvamos a esa posible cómoda vida en Pakistán. Estado fallido, pero musulmán, el enemigo íntimo de India lleva escrito en su ADN, precisamente por su credo, la caridad. El buen musulmán cede el 2% de sus ganancias anuales a quien lo necesita, en beneficio de la comunidad. Para estar a buenas con su Dios, sí, pero el caso es que lo hace. Algo parecido pasa con el buen cristiano, sufrida religión que lleva consigo, inherente, el complemento de la compasión. Otra cosa es que no se practique, pero hablamos de sociedades en las que la religión forma parte fundamental de su forma de desenvolverse ante la vida. Y en el caso del hinduismo, devoción de innumerables y tan inabarcables cultos, mientras estés a buenas y cumplas con la(s) figura(s) que adores -tú mismo con tu película-, el resto del mundo puede arder frente a tus ojos mientras cae como fichas de dominó, en perfecto y armonioso desplome, que a ti, plim. Tú, a lo tuyo.
Pasó con el caso Nirbhaya. (Parte de) la sociedad india despertó ante la terrible violación de aquella chica, sí. Pero por encima de todo, lo que les espantó, como pueblo, como comunidad, fue ver su reflejo en un espejo roto en mil pedazos. Si aquel caso transcendió fronteras y coloreó de rojo a India en el mapa mundial de la peor violencia de género, fue porque más allá del desprecio infinito y universal que puede causar un asesinato sexual a mano de un grupo de descerebrados borrachos de la peor especie, el caso se llevó en conjunto, desde el minuto uno, girando la cara y negando lo evidente. La clase media india reaccionó contra su propia forma de actuar ante aquel desdichado suceso, que puso al descubierto la falta de sensibilidad ante una atrocidad que no por ocurrirle al prójimo pone a salvo de la propia auto destrucción. Y entonces, sólo entonces, fue cuando India pareció comprenderlo todo de repente.
En aquel invierno de 2012 yo trabajaba para El Mundo, así que cubrí aquello de cerca y conozco los acontecimientos. Nirbhaya era una chica de clase media-alta –detalle fundamental para todo lo que vendría después; por desgracia no fue la primera violación en grupo en un país de tradiciones milenarias-, que salía del cine con su chico a las diez de la noche y cometió la “imprudencia” de subirse a un autobús de línea que estaba fuera de servicio, cosa difícil de detectar, si un autobús está o no está en servicio, en la capital de un país que se cae a pedazos. Quienes sí estaban de servicio, pero al servicio del mal, eran el conductor y sus compinches, una banda de delincuentes alcoholizada hasta el delirio que esa noche había salido de “caza”. Conforme subieron al autobús, invitados por estos, al novio le reventaron la cabeza con una barra de hierro. La misma barra de hierro –no es posible imaginarla lacada ni tampoco de un acero resplandeciente e inoxidable-, con la que minutos más tarde a Nirbhaya le sacaron los intestinos tras introducírsela varias veces por el ano, mientras el menor (de edad) de todos ellos, el último en violarla, le gritaba “¡Muere, zorra!”.
Sin tan siquiera parar la marcha del autobús, aquella banda de malditos (hijos de perra), lanzaron a novio y novia al vacío –como las bandejas de mi cena aquella primera noche en tren en India-, y allí, desplomados sobre el frío asfalto de Nueva Delhi durante un mes de diciembre, en mitad de la noche, uno y otra se desangraban ante la falta de reacción o misericordia de los pocos transeúntes que, estupefactos ante la estampa, sí, pero inmóviles ante la barbarie también, caminaban por la zona a esas horas. Cuando la policía llegó, pasaron varias horas más hasta que aclararon, entre ellos, a quién correspondía la jurisdicción de esa zona, y llegó la ambulancia. Y finalmente, pero sólo cuando Nueva Delhi se convirtió en un inusual y cruento campo de batalla que ardía de indignación por el caso –ni una sola manta cayó de ningún lugar para proteger del frío a la joven pareja-, las autoridades decidieron trasladar el maltrecho cuerpo de Nirbhaya a un hospital de Singapur, con mejor tecnología, donde murió. O eso se dice. Porque también se dice que si se le trasladó a Singapur fue para que el país no conociese la muerte de Nirbhaya en su propio suelo, en prevención de lo que pudiera ocurrir. India, país de sano nacionalismo, orgulloso al extremo de su cultura, quedó traumatizado al ver un aspecto de su carácter del que no volveré a hablar. No al menos en este blog.

FIN.


El clan de los ‘Adoptati’ (12/2010). Delhirando
P y un servidor tenemos comprobado que cuando alguien tiene cara de gilipollas es porque, generalmente, lo es. Es igual que el reparto de roles en una pareja: él súper majo, o viceversa, y ella súper mala, o viceversa. Error. Por lo general, tanto monta, monta tanto, y cuando uno de los dos miembros de una pareja es gilipollas es porque el otro, también. Y viceversa. Dios los cría y ellos se juntan. Una teoría, tal vez peregrina, que nunca nos ha fallado, cabe añadir. Ni en Berlín, ni en Madrid, ni en Marrakech y, por tanto, tampoco aquí, India -es universal-, que es donde ellos, el clan de los 'Adoptati', se juntan por derecho, para mirarse al espejo de frente y "complotar" contra el jabón y sus derivados.
Se trata de mochileros que, en un 95% de los casos, dejan un buen día de viajar para comenzar a acumular récords de permanencia en el país ante todo aquel que quiera retar y/o escuchar sus pontificios. Te los encuentras por todos lados, extraviados en algún extraño punto sin retorno en el que tal vez las casas sean de chocolate y las montañas de caramelo. Viajan sin ningún objetivo ni destino, haciendo gala de maneras y actitudes que ellos creen necesariamente hindis; vistiendo trapillos que sorprenden a los propios lugareños y hablándote de cosas que sólo aparecen en los manuales de autoayuda (al tiempo que remueven, mientras observan el inexorable paso del tiempo fluir de chacra en chacra allá por lontananza, el inexistente azúcar de un chai que acabará generándoles una poética diabetes). Se les reconoce porque llevan un estúpido punto rojo entre las cejas o una estúpida sonrisa bajo sus ojos de iluminado (aunque a veces lucen ambas a la vez), y les gusta interrogarte mientras te miran de arriba abajo valorando tu implicación con la causa… ¿continental? Producen muchas clases de sarpullidos y (sobre todo) situaciones de vergüenza ajena. Suelen molar más que tú, siempre, y lo mejor que puede hacerse para defenderse de ellos es esforzarse en caerles mal lo más rápido posible -usando champú, por ejemplo-, y ponerse a cubierto antes de que te den lecciones sobre la verdadera verdad de la vida.

2 comentarios:

  1. Menos mal que he dejao el asterisco para después porque si llego a terminar la lectura con el FIN me hubiera quedao con cuerpo y mente jodida.Q brutalidad :(( . Nos dices en el email que se te acumulan las cosas que contar, yo soy una que está deseando leerlas pero "sin prisas" q con nosotros no tienes que cumplir plazos ni fechas ;) 1 abrazo

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  2. Ya es brutal la historia y difícil pasar por ella sin embarrarse. Trato de afinar y contar desde todas las perspectivas posibles. ¿Cómo contar todo lo positivo de este país sin contar, de alguna manera, lo negativo...? Difícil ;) Me alegra que te esté gustando, Marilú, un abrazo fuerte!

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