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viernes, 24 de abril de 2015

¡Bhuntaaaaaaar...!

En la terraza del Koshla a finales del mes de octubre de 2011 / Foto © Kiku Comino
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Según me revelan los metadatos de algunas fotografías de archivo que acabo de consultar, en octubre de 2011 me encontré en Nueva Delhi con el núcleo fundador de lo que años después sería la “Pandilla Polvorilla”. * Òscar y Kiku, del ‘clan de Calella’, una pequeña localidad costera del Maresme catalán que empezó a formar parte de mi imaginario emocional y viajero en la costa atlántica de Marruecos; en el otoño de 2008, tres años antes de citarme con Òscar de nuevo en la India con el objetivo de trasegar juntos un pedazo de este país en el que, en aquella ocasión, yo aterrizaría unas semanas más tarde de lo previsto.
Recuerdo esperarles un par de días en el mismo hotel en el que habían dejado parte de su equipaje y algunas cámaras, antes de partir hacia Manali -en este mismo estado de Himachal Pradesh desde donde escribo estas líneas; el (ya) mítico Major Den-, para hacer tiempo hasta encontrarnos de nuevo, a su regreso en la vieja Nueva Delhi.


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No sé cuántas horas en un tren de Delhi hacia Rishikesh, parque temático de la espiritualidad / Foto © Rafa Gassó
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Y así ocurrió. Una mañana cualquiera, a primera hora. Hacía frío, ese frío pelón que congela los inviernos de Delhi a Uttar Pradesh, cebándose con Rajastán, y recuerdo verles aparecer, despeinados y casi recién bajados del autobús de vuelta, gritando “¡Bhuntaaaaaaar, Bhuntaaaaaaar…! Rememoraban, con poco de humor y mucho de desprecio, una historia que habían vivido de camino a las montañas. El grito, repetido sin fin hasta el contagio, se convertiría en canto de guerra durante todo el viaje pese a no haberlo vivido con ellos.
Poco más de tres años después de aquella anécdota que no presencié porque llegué tarde, me encuentro en Dharamkot, chateando por Whatsapp con Kiku. Le pido que me pase algunas informaciones, entre las que se encuentra la posibilidad de virar a última hora hacia Manali, a doscientos y poco kilómetros y ocho horas de autobús de aquí. Me recomienda y me advierte: “Que sepas que si vas a Manali desde Dharamsala pasarás por Bhuntaaaaaaar…”.
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Jamoncete, cortesía de Òscar y sus productos del Maresme, en Pushkar, alrededor de las navidades de 2011
/ Foto © Kiku Comino
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Finalmente no creo que me acerque a Manali. En unas semanas he de estar en Delhi para unos cursos, y de allí saltaré a Cachemira antes de volver a Europa. Este proyecto necesita candela. Con todo, le pedí a Kiku que me refrescase esa historia de la que no fui partícipe y guardo un vago recuerdo, para publicarla si es que me movía a Manali. Kiku, generoso, audaz y con buena memoria, me la envió.
Aquí va, pues; apenas editada y tal cual me entró por Whatsapp:
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La historia de Bhuntar (que no Bundar):

Íbamos Òscar y yo por Paharganj [el barrio de mochileros de Nueva Delhi], siguiendo a nuestro  rebaño de turistas, de camino a la parada del bus que nos llevaría a Manali, charlando con Sam y Tobi, una pareja australiana, muy majetes los dos, a la que acabábamos de conocer. Al llegar, alguien nos escucha hablar español, se gira hacia nosotros con sonrisa inquietante, y nos pregunta:


-¿Españoles?

-Sí, de Barcelona, contestamos.


“¡Barceloneses!”, nos grita con una sonrisa aún más inquietante. Es un mexicano de unos 40 y pocos años que nos explica que se cansó del mundo ‘capitalista’ en el que creció, y que lleva 20 años viviendo en las montañas del norte de India junto a su mujer, una francesa de la misma edad más o menos -y a la que no oiríamos articular palabra en todo el viaje-, y su hija Tasha, de unos 10 años (no recuerdo nombre de los padres, el de la niña se me quedó grabado).


Según él, habían encontrado ‘la paz y la felicidad’ en ese sitio, se sentían en equilibrio con la naturaleza que les rodeaba, y ya no querían vivir en otro lugar. Ya no hablamos nada más con ellos. Subimos al bus y la ‘familia feliz’ se sentó en los asientos traseros del bus; Sam y Tobi en la fila de delante de ellos, Y Òscar y yo un par de filas más adelante, creo  recordar. Más o menos, una hora después de haber partido, empezamos a escuchar una especie de gemidos que venían de la parte trasera. Al principio no hicimos caso, pero al ver que  no paraban, empezamos a preguntarnos, ¿estarán follando? Pero no. Nos giramos, por fin, y vemos  a Tobi con cara de póquer, quien al ver que estamos mirando a ver qué pasa, nos hace un gesto inequívoco: Dos dedos sobre la parte interior de su codo. Se estaban pinchando, ni sabemos qué, en un bus lleno de turistas y con su hija de 10 años al lado... No podíamos creernos la situación. Recuerdo que Òscar me dijo algo así como “Vaya una felicidad de mierda se ha buscado el gilipollas este”. Y razón tenía. Siguieron los gemidos, no tanto como al principio, hasta  que  el bus hizo  su  primera parada. Y allí empieza el espectáculo, por llamarlo de alguna manera. El mexicano se baja del bus y cuando vuelve, al cabo del rato, regresa muy alterado, gritando el nombre de la niña, “¡Tasha, Tasha, Tasha!”, hasta que la encuentra. Al parecer, se había subido a otros dos buses antes de encontrar el suyo. Seguimos camino más o menos con normalidad, hasta la siguiente parada, donde el espectáculo ya se volvió del todo desagradable. Volvió a bajar del autobús el ‘responsable padre de familia’, esta vez no se sabe donde se metió, que el bus cerró puertas y echó a andar. Tuvo que ser la pequeña Tasha quien se levantara para ir corriendo y gritando hacia el chófer que parase el autobús, ya que su padre no estaba. La madre estaba ahí, pero sólo su cuerpo, su cabeza debía estar ya a la altura de Leh, más o menos. El padre, otra vez, se había  subido a un bus diferente del que lo bajaron de malas maneras. Por suerte, el final de esas 15 horas de viaje se acercaba. Cuando íbamos cerca de Bhuntar, donde vive la familia, el padre empezó a gritar de manera repetitiva y enferma eso de “¡Bhuntaaaaaaar, Bhuntaaaaaaar…!”. Mirando a todos  con ojos brillantes y muy abiertos, emocionado y dando saltitos, hablando de las maravillas de su pueblo al grupo de israelíes que también bajaban en Bhuntar. Una escena surrealista ver que una cría de diez años tenga que soportar semejante mierda. Si en un trayecto de autobús tiene que ser ella quien se ocupa de que el padre no se pierda, y de que la madre no se meta una sobredosis, a saber cómo es su día a día. Me gustaría saber qué ha sido de ella desde entonces, al menos ella demostraba ser mucho más inteligente que sus padres. Espero que hayan encontrado la manera de salir de esa mierda, como mínimo Tasha.

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* Óscar murió el 25 de diciembre de 2013. Algunos socios de este (locuelo) proyecto le conocisteis y otros tantos lo intuís. Pero para quien no lo sepa, este (proyecto) de libro está dedicado a su memoria desde su génesis, mucho antes que él, ávido de viajes por explorar, emprendiese el más difícil de despedir. Era el que más admiraba y más apostaba por esta rara forma de escribir con luces y con letras. Yo inventé el ‘chustón creativo’ sin querer -una cosa que algún día explicaré-, sí, pero él lo convirtió en categoría a defender por el método de rasgarse la camisa y escupir a los incrédulos ;)
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Kiku le dedicó un video muy bonito que puedes ver aquí.

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