"¿Te das cuenta? La gente habla sin tener ni (puta)
idea". Un alemán hippie, más bien entrado en años, pontifica sobre la
ineficacia de los tratamientos preventivos contra la malaria y la Pelirroja,
farmacéutica de formación y, para más señas, 'freak' de la Parasitología (su
amor platónico es el mismísimo Manuel Patarroyo), vira su gesto hacia el azul
contenido, antes de continuar comiendo sin dejar de mirar fijamente el
horizonte. Hemos llegado al ashram de
La Madre, es la hora de la comida, y compartimos mesa y perdigonazos de curry
con un grupo de mochileros iluminados por la ignorancia pseudo-mística y
ayurvédica, y también con una bandada de cuervos capitaneados por un águila
célebre(mente) cleptómana que a punto está de empezar a robar comensales.
Estamos bastante impactados por lo que hemos visto hasta
el momento –más adelante nos enteraremos de que no son pocos los que se acercan
a este supuesto retiro espiritual y salen espantados sin amortizar siquiera la
primera noche- y, aunque se supone que me gano la vida poniendo letras a lo que
veo, o a lo que hay, las diferentes estampas que saltan a nuestros ojos
resultan inenarrables.
Yo, confieso, he venido porque esto es carne de reportaje
y me ha salido el colmillo, pero la Pelirroja… Gracias por acompañarme (one
more time) en esta loca aventura dentro de nuestra GRAN aventura, quiero
agradecérselo públicamente. Y nunca mejor dicho lo de 'loca aventura', porque
esto, amiguitos, es como sumergirse en un psiquiátrico engalanado para una
convención de trekis esquizos
confinados, por anormales, en mitad de la más remota selva (con todos nuestros
respetos a la gente que se engancha a ese abstracto mundo de 'lo espiritual',
tan loable y válido para cada cual como pueda ser el bingo, el sexo o la
drogaína, conste en acta. Si a uno le sirve…).
Un ejército de hombres y mujeres vestidos de blanco y extra-sonrientes se
abrazan los unos a los otros, descalzos y en un susurro silencioso, con la
misma efusividad de quien se acaba de zampar una caja entera de trankimazines.
Cabe señalar que la gran mayoría de los aquí allegados son occidentales –el
resto son indios y la devoción por según qué asuntos más o menos religiosos va
en su cultura, no hay nada de impostura en ello. Con todo, coincidimos con
gente maja, interesante e incluso normal-, y lo único cierto es que todos van
en busca del abrazo de […]
[…] tratamos de silenciar nuestras carcajadas de puro
cansancio para no despertar a A –es de madrugada y compartimos habitación con
ella; esto es un campamento- […]
Hace escasa media hora hemos conseguido el abrazo de La
Madre –llevábamos el nº 3. 700 para participar en la gran factoría del buen
rollo y el amor- y, la tontería nos puede. En tres días y tres noches hemos
sobrevivido a la enajenación colectiva de lo que tiene todos los visos de ser
una… ¿secta? A saber:
La Madre es una (muy buena) señora nacida en pleno
corazón de la selva de Kerala que, un buen día, se reveló ni más ni menos como
la encarnación de Krishna. Esto, en un país de enraizada convicción hinduista,
viene a ser como si la Bruja Lola se presenta un día en el Vaticano vestida
como la novísima encarnación de Cristo. Un sacrilegio no; lo siguiente. Sin
embargo, en el Estado de Kerala, cuya tradición comunista discurre en paralelo
a la tradicional presencia femenina en puestos destacados de la sociedad –sirva
de ejemplo el hecho de que aquí se inauguraron las primeras comisarías de
policía de, por y para mujeres- este hecho, apenas le granjeó unos cuantos
miles de enemigos y, por el contrario, una infinidad, por millares, de fieles y
devotos seguidores.
Su innegable poder de convocatoria, y una innata
habilidad para los negocios, le ha llevado a aupar un auténtico emporio que
cuenta con la más puntera sanidad y educación gratuita para todo aquel que
quiera hacer uso de las diferentes universidades y hospitales varios, que ha
levantado entre los remotos cocoteros que la vieron nacer… a base de entregas,
donaciones y/o gestión de un ashram
–comunidad espiritual- que ofrece acogida, previo pago, a cambio de los abrazos
mágicos que ella misma reparte.
En el ashram de
Amma –así se le llama a La Madre-, se reparten tres comidas básicas al día
junto al precio de una cama (150INR, poco más de 2€); se convive en
habitaciones de entre tres y seis personas (las hay también para parejas, no
siempre); se hace yoga o astrología, entre muchas otras, y se reza, cantando,
al atardecer. Además, todo visitante ‘debe’ colaborar trabajando gratis 2h al
día a partir de la 3ª ó 4ª jornada de estancia… Y el escenario, al fin, para
acoger a un sinfín de occidentales con nombres tales como 'Araña' o
'Campanilla', más papistas que el Papa, dispuestos a 'evangelizar' al mundo
(mochilero) con dogmas que les caen cultural y naturalmente más lejanos que
Pernambuco, está servido. Buen rollo, paz, amor… y desprecio en la mirada para
los que consideran diferentes y/o impíos.
Son esas ocasiones en las que a uno le sale ese español
bajito, cateto y chulo que habita en todo gen ibérico y decide acallar a
boinazos las reprimendas generales (y siempre por parte de los occidentales,
por cierto, no de los locales) por, verbigracia, dejarse coger del brazo en un lugar
sagrado. ¡Menudo pecado! Quien tenga que opinar sobre sus gestos que venga y
que me lo cuente. Esa es la clave. Cinismo, malapersonalidad
y veneración de la violencia. Más información, sobre un tatami.
En fin, que después de esta loca loca experiencia nos quedamos con el
'abrazo' de una renunciante asturiana de 68 años –'renunciante' se llama aquí
al monje/a que acepta unirse a La Madre con los votos de pobreza, castidad y
obediencia- clon del entrañable personaje que Jessica Tandy interpreta en la
versión cinematográfica de la novela 'Tomates verdes fritos', a la que
entrevisté para mí reportaje y quien convirtió una frugal conversación en un
agradabilísimo manto de calma lleno de sabia experiencia. Llevaba casi tres
lustros recluida en el ashram después
de una vida aventurera entre África, América y prácticamente la totalidad del
planeta y ya, enferma, allí había decidido esperar su "último viaje",
confesó con una sonrisa: "Que yo sepa, los únicos que conocen India son
los que la han visitado en 15 días. Aquí no existen las urgencias, sino gente
con prisa. Los indios tienen mucha paciencia. Y sí, son muy descarados, no
tienen el concepto de 'intimidad' que tenemos nosotros. Miran siempre con los
ojos muy abiertos, pero así es como hay que
vivir, con sorpresa, como un niño,
como si cada día todo fuera nuevo."