Discúlpenme este nuevo paréntesis thisismyindiánico. En 2003, justo un mes
después de instalarme en Madrid, el dominical XL Semanal me envió a Valencia a
fotografiar, junto a uno de los periodistas más carnívoros de aquella revista,
un seguimiento de 72h -en plan sombra-, de Rita Barberá. De aquel trabajo
recuerdo dos hechos. Uno, en su despacho. Mi colega David, sentado frente a
ella, lanzaba preguntas. Yo revoleteaba alrededor, buscando ángulos. Entonces,
la hoy ya ex alcaldesa, sacó una cajetilla de tabaco y de esta extrajo un cigarrillo.
Y conforme se lo disponía entre los labios, golpeó de súbito la grabadora de mi
compadre, inutilizándola momentáneamente –manotazo brusco, inesperado-, y acto
seguido, girándose hacia mí, que enfocaba la secuencia con un tele, eligiendo
el momento de hacer ‘clic’, me rugió un “NO me vas a sacar fumando” que me
provocó uno de los respingos más ridículos de mi vida.
El otro ocurrió durante ‘el seguimiento’. Nos
empotraron en el coche de su jefe de prensa como parte de la comitiva oficial
formada por los coches de la propia alcaldesa, los de su seguridad, etc. Recuerdo
la cara de mi compadre, Bene, mirándome con ese gesto de hilaridad infantil que
provoca escuchar lo inaudito, y esa sonrisa torcida que se le dibuja a todo
plumilla que se encuentra ante un temazo
sobre el que podría escribir. Su jefe
de prensa, con una visible resaca, se lamentaba al teléfono de una noche de
juerga, propia de macho celtíbero, moderno pero español, en la que no faltaba
todo lo que tu imaginación, querido lector, pueda elucubrar o iluminar como se
iluminan los casinos que al final de la noche parecen la pista de baile de una
discoteca de sesentones pero que, en realidad, son lupanares. Media hora de arrepentimientos
y oscuras confesiones delante de uno de los periodistas más tocapelotas de la casa
y un fotógrafo de la mismísima ciudad de la que acababa de huir, que había
puesto al día, además, a su compañero de teclas en apenas 40 minutos de vuelo.
La arrogancia de no callar, ni por mollera ni por
prudencia, que otorga la sensación de impunidad de quien se cree en un poder
perpetuo. Ese, esta pequeña anécdota de borrachín sin muchas luces, era el
gobierno que había en Valencia.
Desde hoy, ya no.
Ahora, a disfrutar del caloret, campeones.