El año pasado, por estas mismas fechas. comenzaba a escribir este mismo proyecto que aún no sabía que se llamaría This is my India sentado como ahora mismo -mismas luces, misma calma-, en este mismo jardín... Creo que después de cinco años de miranda por este
otro planeta llamado India, el momento que más me gusta del día es este: Las
últimas horas previas a la puesta del sol; dos o tres no más, suficiente para
que aún se marquen las luces y las sombras definidas y exultantes -a veces
insultantes-, en un hermosifrondoso y
colorido jardín que se ubica a orillas del desierto del Thar, en pleno corazón
del Rajastán, a mediados de un mes de marzo de temperatura inusualmente suave. Santos riega flores y plantas y yo, mientras tanto, escribo… [...].
Hay algo inherente a la cuestión de género en el
instinto cazador de un hombre. Quizá esté en su naturaleza, en su propia
esencia, ajeno a toda razón. Esperando la ocasión de decir “Hola” a la menor
oportunidad. O quizá no. Qué más da. El ser humano es otra sombra que espera
escondida entre el follaje a que entre en escena su presa. La vida misma. Es
fácil. Sólo hay que ser paciente en la espera, contener un poco el aliento
cuando aparezca y apuntar con un poco de pulso. Y, et voilá, disparar. Decir “Hola” para añadir “Sayonara”. Un par de gestos
que acabarán, visto y no visto, con ese miedo atávico que padece nuestra
especie –o nuestro género-, a saltarse la cadena y/o el orden natural de las
cosas.
Y sin embargo… El hombre es ahora un cazador que, perdido en la maleza
del bosque, espera ya demasiado tiempo a que aparezca su presa. Siente por
primera vez miedo a volver a su cueva con las manos vacías. De poco sirve ya
cazar pequeñas piezas de vez en cuando. Apenas son bocado. Necesita una gran
pieza que alimente a lo suyo y a los suyos su instinto. Y ahora ese hombre pasa el día
entero preguntándose qué sucede, por qué ya ningún animal se cruza por delante.
¿Se habrán extinguido?
Y aún diría más: ¿Dije “hombre”? Quizá sólo quise
decir “Periodismo”. Quizá, como todo buen reportaje, igual esa gran pieza espere
agazapada detrás tuyo y no la veas, mirando a lontananza como miras, mientras
esperas, agazapado tú también, a que ésta aparezca como por arte de magia en tu
horizonte. Y quizá, también, tu alimento ya no sea ese animal que esperas y que
quizá no haya (ya) de aparecer, sino los árboles que te cobijan. Quizá sólo sea
eso. Sólo quizá.
.
Con Katia camino de Japón e Ito de los Anapurnas concluye
este aterrizaje cuasi forzoso en Pushkar, corazón sagrado del Rajastán y punto
de partida, por varios motivos, de este proyecto de ebook sobre India. Entre ellos, Ito y Katia. A Ito primero en una
casa de cambio, y a Katia media hora después, los conocí hace unos años
haciendo un bonito reportaje que puedes leer aquí. Al primer encuentro,
puramente laboral, le siguieron otros puramente ociosos y desde entonces están
en la agenda de amigos con los que contar, aquí mismo en India (siempre), en
Valencia (también), o Portugal, donde residen la otra mitad del año. De una
temporada a esta parte, además, les fotografío el catálogo de la ropa que
fabrican y que distribuyen por media Europa bajo la marca de homestreethome.
Tres intensas sesiones de shooting a
las que siguieron un peliagudo proceso de postproducción:
Un trabajo que he destinado íntegramente a la
financiación de este proyecto y que, además, recibió la visita sorpresa de
Félix, otra de esas almas únicas que te encuentras viajando. La última imagen
que conservaba de él era de la larga fiesta de mi 40 cumpleaños, comunicando a
las 7 de la mañana del día después –bañador como única prenda, jarra de cerveza
en mano-, que el último barril de cerveza acababa de expirar entre sus manos.
Luego de eso cogió un avión de vuelta a su Mallorca natal. La anterior imagen
pertenece a un año antes, en el invierno de 2013. Es de la última mañana en el
Kumbh Mela, Allahabad, que con cerca de 100 millones de peregrinos es la mayor
reunión religiosa del mundo a la que hemos acudido desde Varanasi, Kiku, Félix
y yo, con el fotógrafo Jordi Pizarro de cicerone. Queremos ver aquel evento que
se celebra cada 12 años y servidor hacer un reportaje para, valga la
redundancia, El Mundo. Hace un frío húmedo que congela huesos y músculos, la
niebla no deja ver más allá de un palmo hasta bien entrado el día y los seis
kilómetros que separan nuestro campamento de donde esa mañana se celebra el
segundo “gran baño” (con cuatro millones de hinduistas a remojo), es un enorme
barrizal repleto de fango que hay que sortear andando. Hemos dejado a Kiku
durmiendo para levantarnos a las cuatro de la mañana y mientras Félix vigila el
equipaje –dejaremos esa misma mañana Allahabad después de tres días de trabajo-,
yo me acerco a la orilla a hacer fotos:
La imagen contigua es la de Kiku, Félix y yo en una
comisaría a la que hemos acudido a denunciar el robo de la cartera (dinero,
tarjetas, pasaporte) de Félix en un descuido mientras yo hacía fotos, todos
tres con el gesto torcido y los ojos como platos. Estamos formalizando papeles
y acaba de entrar un detenido, carterista de poca monta, al que se disponen a
reventar. Para empezar, todo el que pasaba por allí, de uniforme o de paisano,
le ha soltado un guantazo a mano abierta y de estilo meningitis (o te mata o te
deja tonto). Si tenemos en cuenta las dimensiones de la corpulenta policía
india para lo que es la media nacional, unos 1,90m de estatura por cabestro, el
cerebro del colega ya debe de tener la textura de un Dun-up. Para continuar, y
mientras los demás detenidos –sentados en el suelo y atados de brazo en brazo
con una cuerda-, le miran con cara de decirle “Prepárate que la fiesta no ha
hecho más que empezar”, el tío acaba con todos los dedos de la 'mano carterista'
dislocados hacia atrás por una llave destinada a quebrar huesos, y con el culo
en pompa y la cabeza aplastada y sujeta contra el suelo por una talla de zapato
44. Junto a este, otro policía se arremanga y, cogiendo impulso, comienza a
atizarle en el trasero con una porra de bambú como quien golpea una pelota de
golf. Tomar aire y soltar aire. Impulso y colisión de materiales. Palo, culo. Una
vez, dos veces. Treinta veces. Al final al tipo ni se le oye. Todo él es un
alarido mudo que se queda tras nosotros mientras un sargento de la secreta nos
invita obliga a pirarnos de allí, amablemente, hasta acompañarnos a coger un
ciclorickshaw que nos llevará a la estación de autobuses y que él mismo, el
secreta, negociará por nosotros a la baja.
Esa misma noche la policía nos llamará al hotel de
Varanasi para comunicarnos que han encontrado la cartera y al día siguiente,
penúltimo día que habré visto a Félix hasta el shotting de homestreethome, este
partirá hacia Allahabad para recuperarla. Que una cartera robada aparezca
intacta entre cuatro millones de peregrinos, y que la policía nos localice para
devolvérnosla sin que le hayamos dicho a dónde nos dirigíamos, tiene poco de
mágico. Son los minusvalorados, por rudimentarios, sistemas de Inteligencia; como
el caos en la India, y su boca a boca, funcionan como un reloj suizo. Pero eso
sería carne para otro post. Y este venía hablar de por qué empezar este
proyecto en Pushkar. El primer motivo ya lo he contado. El segundo…
Pensaba empezar este blog, proyecto de
ebook sobre India, con un primer post desde Pushkar, ciudad sagrada del
Rajastán -fundada al dejar caer Brahma una flor de loto-, cuyo 'anecdotario'
religioso me viene muy bien para situar al lector frente a este coloso de seres
y estares tan, digamos, particular. Pero en la cola de embarque del AirFrance
que nos ha de llevar del Charles de Gaulle, en París, al Indira Gandhi, en
Nueva Delhi, comprendo que la ocasión me acaba de ser servida. De un sólo gesto
una mujer india, anciana de edad indeterminada, me devuelve al país que dejé
hace escasos meses y al que regreso por largas temporadas año tras año desde
hace otros seis, ubicándome de un ligero empujón en lo que es (y será) mi
segunda casa durante los próximos meses. Se me acaba de colar. Sin grandes
aspavientos pero, de igual modo,sin grandes disimulos. Está en su
"derecho" de hacerlo y lo sabe. Y lo ejerce. En India, y por
paradójico que resulte si tenemos en cuenta cuál es allí la situación de la
mujer, el sexo femenino goza de todos los privilegios de cortesía y formas
sociales. Especialmente las mujeres mayores, poseedoras de una autoridad
moral que todo el mundo respeta -porque TODO el mundo DEBE respetarla-, y
nadie osa cuestionar. Llevo el asiento 39K, que es pasillo,
pero en mi lugar están sentadas, una junta otra, dos mujeres indias de mediana
edad. Comen y comparten algún tipo de snack especiado y me dejo llevar, feliz,
por el "olor de hogar" del masala. No hablan inglés, pero por los gestos
entiendo que me preguntan si viajo sólo. Les digo que sí y me indican que me
siente en ventanilla. Acepto encantado. Y es entonces cuando llega el verdadero
propietario de mi nuevo asiento, un indio joven que visiblemente chafado pero
sin atreverse a llevar la contraria a mis compañeras de viaje, acepta sin
rechistar sentarse en la plaza que le correspondía a la que ahora ocupa mi
asiento original, en mitad del avión. Es un "tike, tike" (una de las
muchísimas formas que tiene el hindi para decir "ok", la cantidad de
formas para decir "de acuerdo" que existen es un dato a tener en
cuenta del que hablaremos más adelante), rápido y resignado que le congela como
en un dibujo animado y le hace girar 180 grados para volver sobre sus pasos en
busca de su nueva ubicación. Sin protestar pese a que le esperen 8h de vuelo.
Mi hermana, que es psicóloga, defiende que eso, más que
"resignación", se llama "aceptación". Y así es. Los indios,
respetuosos al extremo, saben encajar al instante cualquier contratiempo, va en
su ADN. Y orgullosos de su cultura y nacionalidad, esperan lo mismo de ti. Esta
forma de alegría, de encontrar solución a cualquier traba, que en hindi se
resume con el término "yugar" (cuya traducción seria "estilo
indio"), permite que todas las partes acaben siempre si no contentas, sí
satisfechas, y facilita de una manera tan extraordinaria como eficaz la
convivencia. Dicho de otro modo: sólo India permite hacer a cada cual lo que le
dé la gana y encontrar, al mismo tiempo, la fórmula perfecta para cumplir el
deseo sin sufrir su perjuicio. Así que ahora sí, welcome to (this is my) India
;)
¡Hola, amigo lector! (Y lectora, no se me enfade nadie).
Tú estarás leyendo estas líneas y yo estaré volando hacia Nueva Delhi (eso espero, ejem...). Y aunque este proyecto, como tal, no empieza hasta febrero, las ganas de ir volcando ya letras e imágenes no cesan. Así que mientras tanto, por tarantos y para ir abriendo boca, se me ha ocurrido subir de manera excepcional esta entrevista que le hice a Pepe Viyuela durante nuestro viaje a Palestina acompañando al Festiclown, esa maravillosa fiesta de la locura ideada por otro ser maravilloso (y gallego) llamado Iván Prado, comandante en jefe de un ejército de "Pallasos en Rebeldía".
Tiene y no tiene que ver con el proyecto de 'This is my India'. No tiene que ver en tanto en cuanto no existe vinculación alguna con el país donde esta misma noche espero aterrizar / Tiene que ver en tanto en cuanto fue una entrevista que después de pasearse de redacción en redacción finalmente nadie se animó a publicar (la profesión está canina y con sus recortes, el género de la entrevista larga), y ya no habrá editor que decida qué publico o qué no publico (ese el espíritu de este proyecto). También tiene que ver porque Pepe, a quien todo el mundo recordará como "Chema", el tendero de la serie Aída, es una de esas almas a quien te encuentras de casualidad por la vida y descubres, sin esperarlo, que esconde a una forma de ver el mundo, y de participar en él, absolutamente increíble; con muchísimas cosas que contar y aportar y con un discurso sólido y profundo que, por qué no decirlo, engatusa.
En fin, sin más flores miraflores, yo vuelo y vosotros leéis (todo sea que aún os ponga un comentario de texto como deberes ;) ). Espero que la disfrutéis tanto como yo al hacerla, transcribirla y editarla. Ya me diréis.